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Asumir responsabilidades y acciones conjuntas, la gran tarea de todos. Foto: http://blogs.que.es/ |
Por Apolinar Velazco
Como raza humana es muy fácil alterar el
medio ambiente y todo lo que en éste existe, pero es difícil para quienes
causamos este desequilibrio, el subsanarlo. Como causantes de los desmanes que
sufren los ecosistemas que nos rodean, no vemos hasta qué punto podemos
impactar y destruir lo que está en nuestro entorno. Evaluar el impacto negativo
es algo que nos presenta Guillermo Espinoza en el libro “Gestión y Fundamentos de Evaluación de Impacto Ambiental”.
Es
muy cierto: el mundo crece sin medida; cada vez los habitantes de este sistema
en crecimiento exigen comodidades, lujos, estatus social, cercanía a las
fuentes de entretenimiento, consumo, facilidades; cumplir todos estos caprichos
no deja otra opción más que la de arrebatar de la naturaleza todo lo que
permite su equilibrio ecológico: talar árboles para construir más y más
viviendas, centros comerciales, centros poblados que puedan cumplir con las
necesidades de una población que no está dispuesta a regresar a las épocas de
más carencias, ésas que ya no volverán, a menos que acabemos con lo que aún nos
queda.
“Los
cambios ocurren a una velocidad vertiginosa, generándose grandes
transformaciones políticas, culturales, científicas, tecnológicas, económicas,
sociales y ambientales”, expone Espinoza, autor de este texto
literario que para nada escapa de lo que estamos viviendo. Pudiera atreverme a
decir que los últimos cuarenta años se aceleró este transformar de la realidad,
pero los últimos quince, no han dejado ni la oportunidad para detenerse a
analizar lo que se está haciendo, a dónde vamos como sociedad, como ciudadanos
de este mundo, término que últimamente cobra fuerza, principalmente cuando se
trata de causas humanitarias que requieren del esfuerzo y apoyo de todos los
“buenos de corazón”.
En materia ambiental, mucho
se dice y poco se hace; los gobiernos o mejor dicho, los gobernantes de las
Naciones que conforma el Planeta Tierra elaboran grandes manifiestos pro-
conservacionistas, pro- eliminación de emisiones de gases de efecto
invernadero, pro- protección de las fuentes de abastecimiento como el agua; sí,
muchas acciones en papel, muertas como dirían algunas organizaciones no
gubernamentales, a las que el deterioro ambiental parece importarles más, sin
que su rango de influencia logre abarcar al pleno de esta ciudadanía mundial.
Si bien el autor afirma que,
“a partir de los años noventa se
iniciaron con grandes cambios en la agenda internacional, especialmente desde
la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo
(conocida también como “Cumbre de la Tierra” y “Cumbre de Río”), celebrada en
Río de Janeiro, Brasil, en 1992” (Espinoza, 2007: 16); el avance de los
acuerdos establecidos desde entonces es mínimo, comparado con los vertiginosos
pasos del impacto perjudicial que dejamos los humanos en nuestro caminar por el
mundo.
Está claro que, “la sobreexplotación de los recursos
naturales y el inadecuado uso del ambiente constituyen problemas que traspasan
los límites de los países, por ende la consecución del desarrollo sostenible
necesariamente implica una respuesta global” (Espinoza, 2007: 16),
contestación que el planeta nos demanda pues hacia él van todos los desmanes,
que llegue rápido o se demore, puede ser clave para admitir que así no podemos
seguir y que si no hay un stop a tiempo, más adelante puede ser tarde. Parece
apocalíptico el mensaje, pero la demora puede ser mucho peor.
Los que vienen después de
nosotros tendrán un futuro de más esfuerzo, quizás de mayores retos. Es
evidente que, “el manejo inadecuado de
determinado recurso natural puede tener efectos adversos en diversas
dimensiones, hasta inclusive ser trasladados a generaciones futuras, limitando
sus posibilidades de desarrollo” (Espinoza, 2007: 18). Hay quienes dicen que las políticas públicas son meras
estrategias gubernamentales para ensalzarse en el denominado “pensamiento
verde”, aunque de éste pensamiento conservacionista poco se tenga. La bandera
para ganar adeptos, es todavía más, el propósito de decir que se gobierna
cuidando la naturaleza.
En sintonía con lo expuesto
previamente está el pensamiento de Espinoza, quien reafirma que, “los seres humanos tienen cada vez más
capacidad para modificar la naturaleza; tanto que incluso amenaza su ambiente y
por ende su supervivencia”. Cuánto más nos quedará de esa (super)vivencia
en el planeta, sin que nos topemos con la imposibilidad de (sobre)vivir. La
globalización, nos acercó físicamente, visualmente y todavía más virtualmente a
latitudes que hace cincuenta años era impensable lograrlo, aunque los augurios
de quienes vivieron en esa época, alertaban de que esa cercanía algún día iba a
llegar.
“El
calentamiento global de la atmósfera y el cambio climático, el adelgazamiento
de la capa de ozono, la pérdida de la biodiversidad, la disminución de la masa
vegetal y el avance de la desertificación, son evidencias de este deterioro” (Espinoza,
2007:16). Problemática que en nuestro país y en muchos otros que no han
adoptado una correcta política ambiental, se recrudece más. La sequía constante
que padecen nuestros conciudadanos del norte (más los indígenas de las zonas
serranas) y los fenómenos naturales que azotan en el centro y sur de La Nación
(desplazando a los que menos tienen a puntos periféricos de las ciudades), son
ejemplos que concretan esta realidad.
Promover un desarrollo sostenible, sin afectar los ecosistemas es parte importante la protección del
medio ambiente, pues como afirma el académico que escribe este capítulo
denominado: “EIA y Desarrollo Sostenible”, sólo implementando acciones
racionales previendo los respectivos costos y beneficios que involucra hacerlo
(…) “logrará traducir sus objetivos en
señales concretas y podrá tener éxito en despertar un interés por evitar el
deterioro ambiental” (Espinoza, 2007: 17).
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